Cineasta.
Maritza Espinoza.
¿Te dicen Ana o Caridad o todo junto?
Ana Caridad completo. Y es gracioso, porque a mí, de niña, nunca me
gustó mi nombre... Cuando me enteré de que “ana” era prefijo de
“contra”, empecé a llamarme Ana Crónica y firmaba Ana C. Pero estando ya
en la escuela de cine…
En Cuba, ¿no?
Sí. Allí, todo el mundo me llamaba Ana Crónica, hasta que un día me
llama (Gabriel) García Márquez, me sienta y me dice: okey, niña, va a
salir ya tu tesis y no puedes seguir jugando con eso de los nombres. Tú
tienes que tener un nombre y te llamas Ana Caridad.
¿Y Ana Crónica qué hizo?
(Risas) Menos mal que no existía el Facebook cuando fui menor de 25
años, porque, por suerte, nunca nadie se enteró ni quedará registrado en
las redes.
¿Cómo nació tu vocación por el cine?
Es una historia alucinante. Yo tenía 13 años, vivía en Huanchaco, y
un día había un rodaje en la plazuela. Yo era de esas chiquitas que
ponen la cara delante del lente para ver qué se ve adentro, y había un
hombre que nos decía: ¡váyanse!, déjennos trabajar en paz. Al final, nos
regalaba Sublimes para que nos fuéramos…
¿Qué película era, recuerdas?
Era Malabrigo (de Chicho Durant) y este hombre que me daba chocolates
para que me vaya se llamaba Andrés Malatesta… con quien después me he
casado y he tenido dos hijos (risas).
¿Ahí aparece tu vocación por el cine?
Cuando ya estuve en la universidad comencé a ver las películas y a
tener la fascinación de hacer cine. Así terminé en Cuba, entré a la
escuela y, en el segundo año, me dicen: va a venir un profesor peruano:
Andrés Malatesta. Claro, yo ya no era la chiquita a la que tenían que
echar, y nos terminamos casando.
¿Cómo fue ser alumna de Gabo…?
Fue una experiencia alucinante y la cuento siempre a mis alumnos. Nos
dijeron: la próxima semana llega García Márquez y ha pedido que cada uno
de ustedes le entregue una hoja con un cuento. Yo me dije: ¡tengo que
escribir algo lindísimo, precioso! Cuando el día llegó, él leyó cada
cuento y, a mi turno, me lo entrega y me dice: vuélvelo a escribir.
¡Caray! ¡Qué golpe a tu ego!
Sí. Y lo leí después y era una porquería. ¿Por qué? Por tratar de
complacer, impresionar y de no hacer lo que en verdad me salía del
corazón. Si ya había escrito algo tan feo, lo que escribiera después no
podía ser peor, así que lo que escribí después fue maravilloso y a
partir de allí comenzamos a conversar mucho, nos hicimos muy amigos y me
enseñó que las historias están en el mundo, que solo hay que ir
cogiéndolas. Decía: las historias están ahí, hay que robarlas.
¿Dónde robaste Deliciosa fruta seca?
Creo que la he robado de la cantidad de historias que escuché de las
amigas de mi mamá, porque es la historia de una mujer que, un día,
cuando enviuda, decide empezar a vivir. Además, estoy en una edad en la
que, generalmente, las mujeres se divorcian, y me sorprende ver cómo
amigas mías, después de la crisis del divorcio, florecen.
¡Eso está estadísticamente probado!
¡Claro! También en las viudas… El tema es: ¿qué pasa con estas mujeres?
Mi primera pregunta fue: ¿a los setenta años tendrán ganas de hacer el
amor?
El gran tabú sobre los ancianos es la sexualidad. ¿Ese es el eje de tu película?
No, es la libertad. Es allí donde aparece el romance de María
Alicia, la protagonista. Cojo la historia de una mujer mayor para contar
qué pasa hasta ese momento que no te has atrevido a hacer eso que has
querido. Hay un periodo de la vida de la mayoría de las mujeres en el
que van postergando sus sueños.
¿Y hay escenas de sexo?
No. Lo que cuento es la historia de una mujer que se libera, que
encuentra a un hombre y descubre que comienza a atraer a este hombre, y
que la celulitis está, y que la barriga está, y que las arrugas están, y
todo eso la lleva a decir: ¿¡y qué!?
Es un tema transgresor, ¿no?
Sí. Sobre todo siento que los medios no nos muestran historias de
mujeres mayores como protagónicas. En general, las actrices, cuando
llegan a esa edad, hacen de abuelas, madres, pero no tienen el
protagónico ni son las que se llevan toda la historia.
¿Y tienes miedo a lo que dirá la crítica de tu película?
Después de lo que me sucedió con García Márquez, donde por tratar de
escribirlo mejor me salió lo peor y me di cuenta de que las historias
tenían que salir del alma, lo que voy a hacer es lo que me provoque
hacer. Respetando, obviamente, los paradigmas que hay que cumplir dentro
de una película: la calidad fotográfica, actoral, un buen guión...
El debate post Asu Mare es si hacer cine para la masa o para expresar lo que sientes. ¿Cuál es tu postura?
Yo creo que hay que conjugar las dos cosas, porque no puedes hacer
un cine al que no vaya gente, ni tampoco puedes hacer un cine en el que
no puedas decir lo que tienes que contar. Yo creo que la vida es tan
corta que lo que tengo que hacer es contar lo que tengo en el alma.
O sea entre el cine de autor y el cine comercial, tú eliges...
Yo me voy con un punto medio. Quiero tener el Óscar, pero también quiero tener la plata para poder limpiar ese Óscar (risas).
LA FICHA
Nací en Trujillo hace 45 años. Comencé a amar el cine desde que, a
los 13 años, vi un rodaje en Huanchaco, donde también vi por primera al
hombre que es mi esposo. Estudié Comunicaciones y luego me fui a
estudiar cine en Cuba. Trabajé con Chicho Durant en todas sus películas,
desde 1998. Luego, coproduje State of jear, documental traducido a 47
idiomas y difundido en 154 países. Ahora, estoy en la posproducción de
mi primera película de ficción, Deliciosa fruta seca, en la que he
tenido la suerte de trabajar con lo que llamo el Olimpo cinematográfico.
Espero estrenarla a fin de año.
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- LaRepública.pe - hace 2 días
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