La iglesia debería ser el lugar donde las personas tengan la confianza de admitir que han fallado; debería ser un lugar seguro donde poder compartir defectos, fracasos y adicciones sin caretas y sin fingimiento, como hizo Pablo a los corintios, al hacer alarde de sus debilidades; sin embargo la mayoría de los que asisten a las iglesias se llenan de posturas para parecer perfectos. Ser auténticos y transparentes no es fácil, hace falta más valentía para tratar de dejar de impresionar a los demás y despojarse de las vestiduras reales –como hizo David-, que para enfrentar un gigante. Tratemos de ser auténticos en todo lo que hacemos, porque la autoridad y la sana estima siempre devienen de la autenticidad.
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