Si viviéramos solos en una cabaña, sin que nadie nos hable, la mansedumbre sería casi algo inherente a nosotros; pero mantenerse humilde, no ser arrogante cuando todo alrededor nos aumenta el ego o nos baja la estima, es complejo. Tenemos que aprender quiénes somos en el Señor para lograr el equilibrio justo; debemos reconciliarnos con lo que somos y estimar a cada uno de los demás como superior a nosotros mismos, porque celebrar al otro siempre engrandece. Recordemos que Dios humilla al hombre sin degradarlo y lo exalta sin agrandarlo.
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