Prédica del domingo 18 de Julio del 2010 en Comunidad Cristiana Pembroke Pines por el Pastor David S Rivera.
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Preciosa, preciosa enseñanza...
Un abrazo.
Manuel Núñez del Prado Dávila
«Escogido para el Evangelio» (Rom. 1,1)
San Pablo tiene conciencia de haber sido elegido por Dios para consagrarse enteramente
al anuncio del Evangelio. Polemizando con los corintios llegará a decirles: «no me
envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio» (1 Cor. 1,17). Sabe que su
misión consiste en evangelizar, en anunciar a Cristo, poniendo así el fundamento sobre
el cual otros continúen construyendo (1 Cor. 3,10).
Las palabras que figuran en el título de este capítulo indican lo mismo: tiene viva
conciencia de que ha sido «escogido -por Dios mismo- para el Evangelio», es decir, para
el anuncio del Evangelio. La palabra que se traduce por «escoger» significa en realidad
«separar», «poner aparte», y es la misma que encontramos en Gal. 1,15 cuando Pablo
habla de su vocación: Dios mismo le ha separado de las actividades ordinarias que los
hombres realizan en su vida cotidiana para consagrarle enteramente al anuncio del
Evangelio; ha sido sustraído a otras tareas para que su vida entera esté dedicada al
ministerio de la Palabra.
Será preciso que alguien «riegue», abone y cuide la planta de la fe y de la vida
nueva en Cristo; pero todo ello sería inútil y sin sentido si no fuera porque alguien
antes «ha plantado» mediante la predicación la semilla de la fe y la raíz de la vida
nueva (1 Cor. 3,6)
Ya hemos indicado que la evangelización consiste esencialmente en la proclamación de
un acontecimiento que Dios ha realizado de Cristo («fue entregado por nuestros pecados y
resucitado para nuestra salvación»: Rom. 4, 25). Este anuncio -que va acompañado de la
invitación a la conversión: He. 2, 38- puede ser aceptado o rechazado. La acogida se
realiza mediante el acto de fe, gracias al cual el hombre obedece el Evangelio (Rom. 1,5;
6; 17; 16,26) y se somete a Cristo (2 Cor. 10,5), el cual a su vez despliega en el
creyente todo su poder salvífico.
Ahora bien, este acto de fe no es aceptar algo evidente; por el contrario, conlleva
rendir y someter el propio entendimiento a Cristo (2 Cor. 10,5). Creer es un milagro, una
gracia, pues no se trata simplemente de aceptar unas verdades, sino de someterse a Cristo,
de aceptarle como Señor de la propia vida. Y esto es imposible sin la acción interior
del Espíritu: «nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino bajo la acción del
Espíritu Santo» (1 Cor. 12,3).
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