Así como los fariseos estaban aferrados a la ley y oraban mientras se perdían la gracia que caminaba sobre las calles de Jerusalén, hay gente que vive una vida sin milagros por escepticismo, porque lo sagrado se volvió común, por el dolor de una oración que no fue aun respondida, por desilusión, o por preferir cuidar una ley antes que amar al Dios que hizo la ley. Pero si nos enfocamos en lo importante y aprendemos a disfrutar lo que ocurre durante el viaje de la vida, si no perdemos el asombro y la reverencia por el Señor, nos daremos cuenta de los milagros cotidianos que continuamente pasan a nuestro alrededor.
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