Los
cristianos damos solo un uno por ciento de nuestros ingresos al avance
del reino de Dios. Y lo justificamos diciendo ‘es que no me alcanza’,
‘es que no soy rico’, ‘es que no gano mucho’… Pero tú tienes que estar
dispuesto a vivir para dar y no vivir para ganar; tienes que ejercitar
continuamente el músculo de la generosidad. Y cuando llegues a dar
sacrificialmente, es cuando Dios no te dejará de dar, porque sabrá que
puede confiar en ti, porque cuanto más te da Él, más das tú a los demás.
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