sábado, 3 de marzo de 2012

David Rivera - Volviendo a mi origen, propósito y destino II


Preciosa enseñanza...

Un abrazo.


Manuel Núñez del Prado Dávila

Cuán apropiado es que como pueblo de Dios entendamos nuestra razón de ser: nuestra competencia de llevar fruto se medirá por lo que la gente alcance a ver en nosotros del carácter de Cristo! Nuestro propio carácter no puede llevar fruto espiritual permanente.

Tu familia (tus hijos, tu esposa, tu esposo), tus vecinos, tus compañeros del lugar donde trabajas, ¿pueden ver a Cristo en tu vida?.

No podemos llevar fruto hasta el momento en que la vida de Cristo se encarne en nosotros. No llevaremos fruto por simplemente hablar. Lo que predicamos debe encarnarse en nosotros.

  1. ¿Qué será de ti al final de tu vida cuando se haga el balance final? Lo único que permanecerá en esa hora será el fruto que hayas podido llevar en el poder del Espíritu Santo para la gloria de Dios.

    En Juan 17, cuando la cruz era inminente, Cristo, el Señor, se regocija, no en los milagros, no en la enseñanza en sí misma (esos eran medios, pero no el fin) sino en las vidas salvadas, formadas y conducidas: en el fruto.

    Cuando todo haya pasado, cuando nosotros no estemos en este mundo, cuando este mundo también haya pasado, ¿qué otra cosa será valiosa? El Padre honrará a quienes hayan llevado fruto, lo demás, el prestigio y la opinión humana, habrán dejado de ser.
El mundo habrá pasado y sus deseos, pero el que haya hecho la voluntad de Dios permanecerá para siempre.

En el centro de la voluntad de Dios para nuestra vida está el que llevemos fruto. Alguien dijo: “la vida es como una moneda, podemos gastarla como queramos, pero solo una vez podemos gastarla”

¡Que Dios nos ayude a invertir nuestra vida, a “perderla” en el concepto del mundo, de tal modo que seamos el grano de trigo que cae a tierra y muere y así consigamos llevar mucho fruto! Amén.

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